domingo, 4 de mayo de 2008

Pipas, chicle y papel de aluminio

Detalle de una pared decorada con chicles, en un instituto de Peñarroya-Pueblonuevo. / J. ALONSO


ÚLTIMAMENTE, cuando recorro alguna de las calles de Palencia, me da por acordarme de Singapur y no precisamente por lo exótico, sino por cuestiones mucho más prosaicas.Esta ciudad me viene a la memoria, porque a principio de los años 80 del pasado siglo, leyendo una revista, me encontré con
una de esas noticias que sólo tenían cabida en la sección de "curiosidades", cuyo titular venía a decir algo así: «Singapur: el Gobierno Indonesio decreta pena de prisión para quien sea sorprendido arrojando un chicle sobre la acera»। Y luego, desarrollaba la curiosa crónica explicando que las calles de Singapur estaban tapizadas de chicles. No recuerdo de cuántos millones se hablaba, pero la nota daba por cierto que su retirada suponía una auténtica sangría económica para las arcas nacionales y su permanencia una enorme molestia para sus ciudadanos.Tanto chicle consumían los indonesios? La verdad, debo reconocerlo, es que aquello me provocó la risa. No me imaginaba la capital de esa nación, una nación al completo, con sus aceras sembradas de chicles y las suelas de los transeúntes llenas de tan pegajoso producto.Han pasado más de veinticinco años desde entonces, y lo que parecía la noticia exótica de un país exótico, por obra y gracia de la globalización, ha pasado a ser el pan nuestro de cada día por todo el planeta, Palencia incluida. Pero mi segunda gran experiencia con el asunto no fue tampoco en nuestra ciudad. Sucedió hace dos años en Peñarroya-Pueblonuevo, provincia de Córdoba.Paseando por sus calles, fui a parar a un instituto de enseñanza media, cuyo patio hace medianería con el cuartel de la Guardia Civil. Pues bien, a modo de unión entre cuartel e instituto hay un muro de ladrillo caravista con una decoración que, desde la acera de enfrente y con mi comprobada miopía, no acertaba a saber cómo había sido hecha, así que, curioso, crucé la calle y me encontré con algo que nunca me hubiera imaginado: una pared completa llena de chicles de todos los colores y épocas pegados rigurosamente en fila hasta formar una especie de 'performance' que ya la quisiera para sí la feria de ARCO o cualquier museo de arte contemporáneo. Tanto me llamó la atención que hasta le hice unas fotos y resultó que, comentado el descubrimiento con otros compañeros de congreso, algunos se habían encontrado con la misma pared y habían hecho lo mismo que yo.Ahora, ya en Palencia, me encuentro con que no íbamos a ser menos que Singapur ni menos que Peñarroya. De hecho, hemos entrado ya de lleno en el mundo de la globalización, como mínimo en lo que al chicle se refiere, pues basta con mirar al suelo cuando uno pasea, sobre todo en las cercanías de quioscos, bares, colegios o institutos, para encontrarnos con una pléyade de chicles aplastados que van convirtiendo el pavimento en una suerte de traje gris con lunares negros, chicles que da la impresión de que nadie se encarga de retirar.Alfombrar el pavimentoPero, como no sólo de chicle se alimenta el incivismo, también nos encontramos, según zonas, con otros productos de desecho que se arrojan a la calle y nadie retira o tardan en hacerlo lo suficiente para ser vistos y sufridos por el vecindario. Es el caso de las cáscaras de pipas tapizando los alrededores de muchos bancos en los parques de la ciudad o alfombrando el pavimento, como pude ver el año pasado en la calzada de la calle Colón, donde toda una familia unida comía pipas al unísono y arrojaba las cáscaras al paso de los penitentes descalzos de una procesión de Semana Santa.Y a propósito de la calle Colón, a alguien se le debería ocurrir presentar el tramo del colegio La Salle para homologar su marca en el Guiness de los Records, porque, no sé si se habrán fijado, en una sección de unos veinticinco metros seguramente se encuentra la mayor concentración de bolas de papel de aluminio aplastadas sobre el asfalto de toda la capital. Se ve que sus alumnos están tan bien alimentados como poco educados, o ignoran el uso de las papeleras, aunque eso no es tampoco privativo de los alumnos de La Salle, pues algo parecido se puede decir, por ejemplo, de los alrededores del instituto Victorio Macho y seguramente del resto de institutos de la ciudad.Antiguamente se comentaba en broma que si un policía avezado encontraba una colilla en el lugar del crimen, decía: «aquí han fumado». Continuando nuestra observación, algo parecido podríamos decir ahora si nos ponemos a seguir la pista de quienes piensan que las aceras son para arrojar basura. Basta seguir la pista de las cáscaras de pipas, los chicles y el papel de aluminio, rematada -porque en todas las sobremesas se fuma- con las clásicas colillas de cigarros a veces sin apagar y, como no, con la guinda, como postre, de los excrementos de esos perros que -pobrecillos- tienen la desgracia de tener unos amos (o unas amas) más sucios que ellos y provocan que más de un paseante despistado se lleve para su casa lo que no se esperaba llevar escondido entre las estrías de sus zapatos.En fin, que quizás en Singapur no andaban tan descaminados cuando tiraron por la calle de en medio. No sé si aquel decreto llegaría a aplicarse, o si en ese caso seguirá vigente y si los poco cultivados indonesios consiguieron por fin aprender urbanidad por la cuenta que les tenía, pero sería bueno averiguarlo, y también si la cosa llegó a funcionar, proponer a nuestros gobernantes que la próxima remesa que se traiga de Oriente, en vez de tiendas de todo a un euro, sea de leyes que, extrapoladas a la particular idiosincrasia nacional -¿se dice así?- pongan un poco de orden y un mucho de concierto en nuestros maleducados conciudadanos. Evidentemente que en los demás, porque ni quienes esto leen ni quien esto escribe somos así, ¿
वेर्दाद


http://www.nortecastilla.es/20080309/palencia/pipas-chicle-papel-aluminio-20080309.html

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