Cada ciudad o cada pueblo tienen una impronta singular, prosperidad o declive, que se refleja hasta en la última etapa de la vida de sus habitantes
02/11/2003
02/11/2003
Cada ciudad, cada pueblo, es diferente y tiene su propia personalidad e idiosincrasia. Sus cementerios son el reflejo silencioso de su historia, de su prosperidad o de su decadencia, y sobre todo de sus habitantes. La muerte nos hace iguales, pero hay muchas formas de matizarla. En las decenas de cementerios cordobeses, los faraónicos panteones contrastan con las fosas comunes removidas en mitad de un barrizal, el brillo de algunas sepulturas en marmol se difumina en unos nichos similares a los apretados pisos de las grandes ciudades, la paz de algunos camposantos se rompe con la indignante decadencia de otros.
El Día de los Difuntos es la fecha en la que los vivos honran con mayores galas a sus muertos. Los ramos de flores simbolizan el recuerdo que todavía perdura y su ausencia destaca el olvido más triste de todos. La estética con la que muchos cordobeses adornan las tumbas de sus allegados contrasta con la imperdonable decadencia de otras sepulturas. La forma de enterrar los restos de los seres queridos adquiere cientos de matices que provocan una innumerable variedad de cementerios en una misma provincia.
DECADENCIA O DESMEMORIA
Peñarroya-Pueblonuevo es un pueblo que todavía no se ha recuperado del golpe que recibió tras el progresivo declive de sus minas a partir de la década de los sesenta.
El cementerio de San Jorge da servicio a Pueblonuevo, floreciente población surgida por la impronta de la Sociedad Metalúrgica de Peñarroya a principios de siglo. El metal de esta industria se oxida al mismo ritmo que las cadenas que escoltan las sepulturas en francés de los ingenieros que murieron aquí.
En el centro del cementerio, una veintena de tumbas descansa en la humedad de una pared de lo que una vez fue la parte noble . Mármoles quebrados y cruces con la vertical perdida guardan los restos de un soldado distinguido con la Legión de Honor francesa y héroe en la Primera Guerra Mundial, que trabajó y murió en Peñarroya-Pueblonuevo. El pesado pilar de unas artísticas cadenas ha caído sobre la sepultura de una baronesa italiana. Los nichos de las pioneras de la Presentación de María, una misión francesa que llegó a la localidad a principios de siglo, reposan sobre un encalado enmohecido.
Mientras, los familiares se sirven de la química para sacar brillo a las ventanitas de unos nichos que cegarían al visitante si alguno de los de alrededor no tuviera el tono oscuro de la suciedad. Sus propietarios viven lejos, en Bélgica, en Francia o tal vez en Alemania. Tuvieron que emigrar.
En un rincón y con una entrada diferente todavía aguanta un puñado de enterramientos protestantes. Peñarriblenses convertidos, junto a suizos y franceses alejados de la fe católica marcaron sus lápidas con pasajes de la Biblia y eliminaron las cruces de sus sepulturas. La singularidad de estos enterramientos --únicos en la provincia-- pasa inadvertida entre la maleza y su pésimo estado de conservación, motivado por un olvido imperdonable que puede destrozar la memoria histórica de un pueblo que intenta levantar la cabeza.
LOS ROTULADORES DE CRUCES
Los vecinos de Belalcázar recuerdan una etapa feliz de su infancia cada vez que visitan su cementerio. No hace muchos años y en vísperas del Día de los Difuntos, los niños se ofrecían voluntarios para rotular las cruces más desmejoradas y "sacarnos unas perrillas", según cuenta el escritor local Joaquín Chamero.
Los nichos más actuales rodean la parte antigua, donde un mar de cruces negras clavadas en la tierra --frente a un curioso montículo de arena-- demuestra la antigüedad y singularidad del camposanto (que data de principios del siglo XIX). La forma de la cruz es diferente a la de cualquiera de la provincia y la uniformidad se rompe con el color blanco con el que se pintan las de los niños.
La majestuosidad de los grandes panteones de los nuevos ricos y la distinción de las sepulturas de los habitantes de la Casa Grande --en la que habitó la familia del escritor Corpus Barga y también la de Ramón Gómez de la Serna-- contrasta con la cruz que señala que en su lecho está enterrado "Pedro", a secas.
EL OLVIDO DE LOS PERDEDORES
El cementerio de Pedroche, como todos los cementerios españoles, tiene una fosa común. En la fosa común del camposanto de Pedroche, como en todos los camposantos españoles, se depositaron los restos de los fusilados --de cualquier bando-- durante la Guerra Civil. Pero los hijos, nietos y sobrinos de los desaparecidos de Pedroche están buscando sus restos. Anhelan una prueba que confirme sus sospechas y un lugar digno para llorar.
En el último patio y tras una puerta minúscula está el osario. Muy lejos de la enorme cruz de granito que recuerda a otras víctimas de la guerra española pasa desapercibido un rincón infestado de jaramagos y de restos de otras sepulturas abandonadas. Debajo y junto a los restos de las personas que se suicidaron, de los mendigos y de los que no tenían a nadie, se sospecha que hay al menos tres republicanos pedrocheños.
UN CIELO APARTE
¿Hay un cielo diferente para aquellos que no comparten la religión católica? Esta pregunta es la que se puede hacer cualquier persona que visite el cementerio de El Guijo, uno de los más pequeños que existe en la provincia de Córdoba, pero que, no por ello, pierde singularidad. La humildad que caracteriza el cementerio guijeño desentona cuando el visitante descubre que la tumba más suntuosa está en un recinto aparte, que según cuentan los vecinos, estaba separada del resto del recinto con una puerta independiente de entrada.
Cuando fue neceseraria una ampliación del recinto fue cuando esta tumba se integró al resto
El Día de los Difuntos es la fecha en la que los vivos honran con mayores galas a sus muertos. Los ramos de flores simbolizan el recuerdo que todavía perdura y su ausencia destaca el olvido más triste de todos. La estética con la que muchos cordobeses adornan las tumbas de sus allegados contrasta con la imperdonable decadencia de otras sepulturas. La forma de enterrar los restos de los seres queridos adquiere cientos de matices que provocan una innumerable variedad de cementerios en una misma provincia.
DECADENCIA O DESMEMORIA
Peñarroya-Pueblonuevo es un pueblo que todavía no se ha recuperado del golpe que recibió tras el progresivo declive de sus minas a partir de la década de los sesenta.
El cementerio de San Jorge da servicio a Pueblonuevo, floreciente población surgida por la impronta de la Sociedad Metalúrgica de Peñarroya a principios de siglo. El metal de esta industria se oxida al mismo ritmo que las cadenas que escoltan las sepulturas en francés de los ingenieros que murieron aquí.
En el centro del cementerio, una veintena de tumbas descansa en la humedad de una pared de lo que una vez fue la parte noble . Mármoles quebrados y cruces con la vertical perdida guardan los restos de un soldado distinguido con la Legión de Honor francesa y héroe en la Primera Guerra Mundial, que trabajó y murió en Peñarroya-Pueblonuevo. El pesado pilar de unas artísticas cadenas ha caído sobre la sepultura de una baronesa italiana. Los nichos de las pioneras de la Presentación de María, una misión francesa que llegó a la localidad a principios de siglo, reposan sobre un encalado enmohecido.
Mientras, los familiares se sirven de la química para sacar brillo a las ventanitas de unos nichos que cegarían al visitante si alguno de los de alrededor no tuviera el tono oscuro de la suciedad. Sus propietarios viven lejos, en Bélgica, en Francia o tal vez en Alemania. Tuvieron que emigrar.
En un rincón y con una entrada diferente todavía aguanta un puñado de enterramientos protestantes. Peñarriblenses convertidos, junto a suizos y franceses alejados de la fe católica marcaron sus lápidas con pasajes de la Biblia y eliminaron las cruces de sus sepulturas. La singularidad de estos enterramientos --únicos en la provincia-- pasa inadvertida entre la maleza y su pésimo estado de conservación, motivado por un olvido imperdonable que puede destrozar la memoria histórica de un pueblo que intenta levantar la cabeza.
LOS ROTULADORES DE CRUCES
Los vecinos de Belalcázar recuerdan una etapa feliz de su infancia cada vez que visitan su cementerio. No hace muchos años y en vísperas del Día de los Difuntos, los niños se ofrecían voluntarios para rotular las cruces más desmejoradas y "sacarnos unas perrillas", según cuenta el escritor local Joaquín Chamero.
Los nichos más actuales rodean la parte antigua, donde un mar de cruces negras clavadas en la tierra --frente a un curioso montículo de arena-- demuestra la antigüedad y singularidad del camposanto (que data de principios del siglo XIX). La forma de la cruz es diferente a la de cualquiera de la provincia y la uniformidad se rompe con el color blanco con el que se pintan las de los niños.
La majestuosidad de los grandes panteones de los nuevos ricos y la distinción de las sepulturas de los habitantes de la Casa Grande --en la que habitó la familia del escritor Corpus Barga y también la de Ramón Gómez de la Serna-- contrasta con la cruz que señala que en su lecho está enterrado "Pedro", a secas.
EL OLVIDO DE LOS PERDEDORES
El cementerio de Pedroche, como todos los cementerios españoles, tiene una fosa común. En la fosa común del camposanto de Pedroche, como en todos los camposantos españoles, se depositaron los restos de los fusilados --de cualquier bando-- durante la Guerra Civil. Pero los hijos, nietos y sobrinos de los desaparecidos de Pedroche están buscando sus restos. Anhelan una prueba que confirme sus sospechas y un lugar digno para llorar.
En el último patio y tras una puerta minúscula está el osario. Muy lejos de la enorme cruz de granito que recuerda a otras víctimas de la guerra española pasa desapercibido un rincón infestado de jaramagos y de restos de otras sepulturas abandonadas. Debajo y junto a los restos de las personas que se suicidaron, de los mendigos y de los que no tenían a nadie, se sospecha que hay al menos tres republicanos pedrocheños.
UN CIELO APARTE
¿Hay un cielo diferente para aquellos que no comparten la religión católica? Esta pregunta es la que se puede hacer cualquier persona que visite el cementerio de El Guijo, uno de los más pequeños que existe en la provincia de Córdoba, pero que, no por ello, pierde singularidad. La humildad que caracteriza el cementerio guijeño desentona cuando el visitante descubre que la tumba más suntuosa está en un recinto aparte, que según cuentan los vecinos, estaba separada del resto del recinto con una puerta independiente de entrada.
Cuando fue neceseraria una ampliación del recinto fue cuando esta tumba se integró al resto
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