Don Héctor Detrés Olivieri, quien fuera en los años '70 el encargado de asuntos culturales del municipio de San Sebastián, se reía de mi insistencia en inquirir sobre la existencia de documentos que las mismas partidas destruyeron, enviados por sus jefes.
Detrés hizo sobre mi persona el comentario («eres el último inquisidor») y comprendí, algo más tarde, su referencia literaria al inquisidor que los Reyes Católicos enviaron a Fuente Obejuna, la villa cordovesa de Peñarroya (Pueblo Nuevo) que Lope de Vega incorporó a la literatura unversal al escribir su comedia dramática en verso Fuente Obejuna (1618).
En realidad, transcurrieron varios años para que yo comprendiera, con malicia, a qué se referió don Héctor al nombrarme casi bromísticamente como el último inquisidor. El estuvo al pendiente sobre este trabajo, cuya importancia entendía, pero que, por mi juventud entonces, él comprensiblemente dudaba sobre mi habilidad para involucrarme con el tema. Supe, por cartas suyas, que grabar a mis entrevistados le pareció útil; pero que se sentía incómodo de que yo pretendiera hacerlo con él; yo pregunté muy frontalmente por qué tenía miedo ante el asunto de las Partidas Sediciosas, si ya «es historia, es pasado» de algún modo.
La última carta que dirigí a él fue para informar que, si publicaba algo sobre Pepino, ya no sería sobre la invasión de 1898 y las Partidas Sediciosas únicamente, sino sobre las décadas del Partido Liberal antes de los triunfos de Luis Muñoz Marín. La publicación (¡no sé por qué la urgencia de aquellos días en Pepino!) sobre las partidas tomaría mucho más tiempo. Le preguntaba sobre Chilín Echeandía y otros guapos, rompemítines, y sólo reía con ironía.
Entonces, en respuesta, el 16 de septiembre de 1978, un año antes de morir, Detrés Olivieri me aludió otra vez como inquisidor, lo planteó en el contexto del libro de Lope de Vega y de las Partidas Sediciosas y me dijo que, setenta años o más después de un gran dolor nadie se acuerda de los achaques. Todavía lo que quiso decir me inquieta. Si se leyera tal apreciación a la luz de Fuente Ovejuna, el código se vuelve significativo. ¿Sabría más de lo que me dijo sobre el tema? Si fue así se lo llevó a la tumba. Escribir sobre las familias, históricamente poderosas del Pepino, es un desafío extraordinario. Ninguno se abrió al tema fácilmente.
No obstante, don Héctor Detrés, quien siempre quiso ser colaborativo con mi investigación (e insistía en que sólo Echeandía Font y Andrés Jaunarena se explayarían sobre las historias de 1898), proveyó dos coyunturas para mi reflexión. Una, la presuposición de que el tema estaba agotado. Los documentos por los que yo preguntara no existen; fueron intencionalmente destruídos. Andrés Méndez Liciaga selló con el Boceto histórico cierto pacto con Narciso Rabell Cabrero y otros, con el fin de crear borrón y cuenta nueva en torno a todo el asunto de los tiznaos
http://64.233.183.104/search?q=cache:N7ZPYap7XVoJ:espanol.geocities.com/baudelaire1998/partida17.html+memorias+de+pe%C3%B1arroya+pueblonuevo&hl=es&ct=clnk&cd=222&gl=es
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